Milei: El profeta del desierto. Por Gabriel Sanchez

El filósofo Byung Chul Han, dice que el mayor poder radica cuando el súbdito quiere lo que quiere el soberano, no cuando el poder se ejerce a través de la violencia, una especie de acostumbramiento al sometimiento. Han dice que el poder coercitivo sólo es eficaz cuando existe “la posibilidad de sanción,” es decir mientras no se haga uso de ella. El poder de la costumbre es más eficiente que el poder coercitivo, dice Han.

Milei convenció a gran parte de la sociedad que quiera, lo que él quiere. Y lo que es peor, los convenció que el camino es el dolor. La única salida posible, es una larga caminata por el desierto de la pobreza. La política tradicional ya no sirve para explicar el fenómeno Milei, podemos hablar de explosiones de derecha en todo el mundo. Y analizar caso por caso y cada uno tiene sus diferencias y sus coincidencias.  

Lo que hace particular la presidencia de Milei, es claramente su visión mística, Milei naufraga entre textos proféticos de Parravicini, el antiguo testamento, para pasar a las interacción en transe con Conan. Se erigió como profeta. El presidente es el profeta del dolor.

Habla de largas caminatas por el desierto, de que hay que dejar sangre, de sufrir por los gastos de una fiesta a la que ni siquiera fuimos invitados, es su credo, su palabra santa. Y en un pueblo como el argentino con profundas raíces cristianas, el dolor suele ser una herramienta interesante.

Milei es un digno hijo de la doctrina neoliberal, la teología de la prosperidad esparcida por más de 40 años, rompió esa fina capa de buenos modales y entre las grietas salió el presidente. 

El espíritu del neoliberalismo es la meritocracia, como una teología salvadora, prometía al individuo la autorrealización plena, siempre y cuando te esforzarás lo suficiente y no cuestionaras las reglas. Pero ahora, más de 40 años después, la meritocracia se hizo carne. 

El gobierno de Milei expresa el extremo del individualismo. Si a esta altura no queda claro que sus delirios místicos son irreversibles, no estamos viendo del todo la gravedad de la situación. Las promesas de un  futuro mejor que prometía el neoliberalismo, se fueron desvaneciendo mientras se destruian los servicios sociales, mientras se cantaba el “sí se puede”, miles eran arrastrados a la pobreza.

Ahora con la vida social pulverizada, la meritocracia sólo se mantiene por el miedo. De esa semilla de prosperidad que prometían Thatcher y Reagan, brotó una especie de planta carnívora y es regada con el miedo. El sistema neoliberal se sostiene sólo por el miedo, pero no es un miedo social, es un miedo profundamente individual. 

Si la meritocracia prometía prosperidad, mientras más te esfuerces, es lógico que si fracasas es sólo tu culpa. Milei es la cara de la culpa meritocrática. Ese individuo atomizado, abandonado, con culpa, con odio vió en Milei una especie de salida. Por lo menos Milei promete algo, promete un desierto de hambre y pobreza, pero las personas “de bien”, sobrevivirán.

El miedo a fracasar, el miedo a no rendir, el miedo a no ser diferente y creativo, es lo que sostiene actualmente al neoliberalismo. Al romperse los lazos sociales, se rompe la comunidad y el ser humano queda en soledad. Y un ser humano en soledad es más fácil atemorizar.

Mientras Benegas Lynch se pasea con un pulverizador esparciendo agua bendita y Santiago Caputo se hace un tatuaje del “hombre gris” ¿Me preguntó qué tan avanzado están los delirios místicos en la mesa chica de Milei? Mientras Caputo reparte gorras con la frase: “Las fuerzas del cielo” en alguna cena de empresarios y les dice: “¡Muchachos! No hace falta que les explique”. Mientras Karina está intentando contactar con Conan. Milei se hunde más y más en esas visiones místicas.

Milei dice que es Moisés, después llora y dice que no, que en realidad es Karina y él es Aarón. Después vuelve a llorar en el muro de los lamentos y habla de una tierra prometida. Probablemente no sea ni Moises, ni Aarón, es más probable que sea “el faraón”, y todos sabemos como termina. 

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