El nuevo Sísifo: relectura neoliberal del mito. Por Gabriel Sanchez
“La escena toma lugar en Berlín, la noche del sábado 3 de noviembre de 1923; un paquete de cigarrillos cuesta 4 billones de marcos y casi todos han perdido la fe en el futuro y en el presente”
El huevo de la serpiente
El Sísifo de Albert Camus, nos presenta a un Sísifo existencialista, que en esa tarea eterna de empujar la piedra, en el fondo sabía la verdad, que la tarea era totalmente inutil, que jamás se iba a alcanzar la cima y el descubrimiento de esa verdad lo llevaba al eterno sin sentido de su existencia, al sinsentido de la vida. El héroe de Camus que encontraba la libertad en abrazar la vida absurda y ser totalmente libre en “la nada”, se desmoronó en tiempos de neoliberalismo. Ahora sabemos que más allá del sin sentido, no está la nada. Está la tristeza, el odio y la depresión.
En la mitología griega, Sísifo fue condenado por los dioses a empujar una piedra por una montaña y justo cuando iba a llegar a la cima, la piedra volvía a caer al pie de la montaña. Y ahí tenía que volver a empezar su tarea otra vez, y así por toda la eternidad. Camus nos presenta a un Sísifo que por lo menos tenía conocimiento de la verdad, sabía que jamás iba a llegar a la cima. El Sísifo moderno desconoce esa verdad fundamental y la promesa neoliberal es que vas a llegar a la cima, mientras más empujes esa pesada piedra.
En Camus el absurdo es la liberación, reconocer esa vida sin fin superior, es en esencia vivir la vida por la vida misma. Sin embargo, lo que hizo el neoliberalismo es darle un significado a empujar la piedra.
Al nuevo Sísifo se le esconde esta verdad fundamental, de que la piedra va a caer cuando esté cerca de la cima. Y lo que obtiene a cambio, es un nuevo significado de fin superior. El neoliberalismo le promete a este nuevo Sísifo que si empuja lo suficiente va llegar a la cima.
El neoliberalismo, al fin de cuentas, promete lo que siempre se le prometió al ser humano: “Trascendencia”. Pero el neoliberalismo, al ser una mutación del capitalismo, promete una trascendencia inferior. Una trascendencia individual. Es como la promesa de los enanos a Sigfrido, reducirse en tamaño para poder gozar más con menos.
El triunfo del neoliberalismo, es que logró adaptar ese histórico sentimiento humano de trascendencia, cosa que ahora no lo tiene ninguna religión, ni ideología. En el siglo pasado el ser humano se aferraba a una ideología a la que creía justa o buscaba respuestas en la religión.
“Hoy, cuando la «angustia» de Heidegger ha sido llevada al extremo de fundar la teoría sobre la «náusea» y se ha llegado a situar al hombre en actitud de defenderse de la cosa, puede hacerse de ello polémica simple, pero es conveniente repetir que no han sido teorías fundadas en sugestiones sino en un parcial relajamiento biológico. Del desastre brota el heroísmo, pero brota también la desesperación, cuando se han perdido dos cosas: la finalidad y la norma. Lo que produce la náusea es el desencanto, y lo que puede devolver al hombre la actitud combativa es la fe en su misión, en lo individual, en lo familiar y en lo colectivo”.
Discurso de Perón en el Congreso Argentino de Filosofía de 1949.
Perón fue claro en el congreso de filosofía cuando dijo que no podía ganar la “náusea”. A la trascendencia individual se le debe oponer la trascendencia colectiva. Lo que Perón dijo allá por el 49, ahora empieza a tomar otra dimensión.
En los últimos años varios pensadores europeos se empiezan a hacer vagas preguntas sobre la comunidad. El filósofo italiano Bifo Berardi dice que hay que redefinir el concepto de comunismo y adaptarlo a comunidad. El caso del sociólogo aleman Hartmut Rosa es más interesante, habla de la energía social cuando se abandona el individualismo. Con mucha culpa navega entre textos hindúes explicando las “energías pranas”. Rosa dice que pasa algo cuando la comunidad está reunida. Empiezan a preguntarse lo que ya se dijo en 1949: “La trascendencia en comunidad”.
Al dogma liberal de la trascendencia individual, no sé le debe oponer la náusea. Se le debe ofrecer al pueblo otra forma de trascendencia, porque más allá de las bellas páginas que pueden haber dejado Camus o Sartré. La definición más clara viene de Abelardo Ramos, cuando dijo: “El existencialismo no es una filosofía, es un estado de ánimo”.