“Dos países”, “dos políticas” y dos visiones de país incompatibles. Por Elio Noe Salcedo
Desde hace un tiempo a esta parte, políticos, periodistas y comentaristas de todo el espectro ideológico argentino se refieren a posiciones, actitudes o conductas de “derecha” o de “izquierda”, pero no a posiciones, actitudes o conductas nacionales o anti nacionalesde los actores sociales en escena. En verdad, esas posiciones, actitudes y/o conductas no responden, como eufemísticamente se cree, al lugar ideológico de donde proceden, sino a los intereses nacionales y anti nacionales en pugna, es decir a “dos países”, a “dos políticas” y a dos visiones de país incompatibles. En esa encrucijada nos encontramos, aunque la resolución de dicha encrucijada lleva tanto tiempo en nuestras vidas y en la de nuestros antecesores como en nuestra propia historia como país independiente.
Las “profecías” de la historia
El general José de San Martín ya había advertido la incompatibilidad de esos “dos países” con un realismo político que las nuevas generaciones y los que adjuran de las enseñanzas de la historia desconocen. En carta del 5 de abril de 1829 le escribía a su querido amigo y compañero de armas, el general chileno Bernardo O’Higgins: “Para que el país pueda existir, es deabsoluta necesidad queuno de los dos partidos desaparezca, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública”.
En ese mismo sentido y en plena lucha por esa cuestión de fondo que dividía al país, el general Juan Facundo Quiroga le escribía desde Mendoza al general José María Paz (también provinciano) en carta del 10 de enero de 1830: “Las armas que hemos tomado en esta ocasión no serán envainadas sino cuando haya una esperanza siquiera de que no serán los pueblos nuevamente invadidos. Estamos convenidos en pelear una sola vez para no pelear toda la vida. Es indispensable ya que triunfen unos u otros, de manera que el partido feliz obligue al desgraciado a enterrar sus armas para siempre”.
Ya por entonces no parecía haber alternativa. Apenas nueve meses después de su carta a O’Higgins -instalado en el exilio europeo de por vida, al que lo había condenado el partido rivadaviano-, en su correspondencia con su amigo Vicente López y Planes, San Martín fundamentaba y profundizaba las razones de su anterior aseveración: “Convengo con usted en que el incremento que han tomado las discordias en Buenos Aires, tiene su base en la revolución y contrarrevolución”. En carta anterior del 4 de enero de 1830, el diputado, escritor, político y luego gobernador bonaerense le había escrito al Libertador de medio continente: “No veo en este fenómeno más que revolución y contrarrevolución. La revolución consagró como principio el patriotismo, sobre todo; la contrarrevolución, sin atreverse a excluir este principio, de hecho, lo miró con mal ojo y dijo, solo habilidad o riqueza. Al final se impuso el principio de la habilidad y la riqueza con algunas capacidades contrarrevolucionarias a la cabeza: léase Rivadavia, Agüero, Del Carril, Varela, Castro…”, todos prominentes liberales probritánicos de su época.
Confirmándonos que esta incompatibilidad -sin resolverse todavía- viene de lejos y sería advertida por nuestros grandes políticos, militares y pensadores nacionales a lo largo de toda nuestra historia, en 1857, Olegario V. Andrade (“Las dos políticas”) caracterizaba al partido de la contrarrevolución en el mismo sentido: “Partido de mercaderes políticos, que ha negociado con la sangre y los sufrimientos de la República. Partido sin fe, sin dogma, sin corazón, que mientras azuzaba a los pueblos a que se despedazasen en el ensangrentado circo para divertir a los Césares, ha estado haciendo los cálculos del provecho que le producía la desunión y el desquicio de la República”.
En 1867 -en otro texto que nos permitiera descubrir el historiador Gustavo Battistoni- el mismo Olegario Andrade ponía de manifiesto la criminal política del mitrismo contra el Paraguay después de dejar inermes a las provincias argentinas: “Triste destino el que pesa sobre el pueblo argentino… extranjeras van siendo las propiedades rurales, extranjero el comercio, extranjero el idioma que despertará un día el eco de nuestras ruinas, como los acentos severos del dominador… Una banda de exterminadores se ha diseminado por todos los ámbitos de la República. Su obra de destrucción no tiene término…”. Hace pocos días hablábamos de las profecías de los hechos y de la historia. Aquellas “profecías” se siguen cumpliendo sin que las hayamos juzgado alguna vez ni atinemos a conjurarlas de una vez por todas.
En esa misma línea, Juan Bautista Alberdi, cuya vida se extendería desde 1810 a 1884, profundizaba la caracterización de esa Argentina que no había cambiado en su esencia desde la Revolución de Mayo: “No son dos partidos; son dos países”.
Así lo fundamentaba: “La federación para Buenos Aires -para el partido rivadaviano, para la contrarrevolución, para el partido unitario, para el mitrismo, para la oligarquía portuaria, como lo sigue siendo para los poderes concentrados de hoy-, fue siempre un medio de eludir el reconocimiento de toda autoridad nacional superior a la de su provincia” (sede del poder oligárquico en el siglo XIX) para favorecer solo los intereses que “Buenos Aires” y sus socios extranjeros representaban y siguen representando, usufructuando ese país, de privilegios solo para ellos y de injusticias para la mayoría. “De ese modo la federación, en el Plata -concluía Alberdi- ha venido a crear al fin dos Estados en el Estado; dos países, dos causas, dos intereses, dos deudas, dos créditos, dos tesoros, dos patriotismos, bajo los colores externos de un solo país”.
Felizmente, una nueva generación nacional y provinciana, continuación de la de los caudillos federales del Interior que habían luchado por ese país durante setenta años, en 1880 federalizaba Buenos Aires, creaba el Estado Nacional e integraba todo el territorio argentino desde la Patagonia a La Quiaca. Sin embargo, una vez más, después de la capitulación del roquismo y la integración del patriciado provinciano a la oligarquía terrateniente y ganadera a principios del siglo XX, la Argentina volvería a ser aquel país incompatible con los intereses nacionales. Por eso harían falta los movimientos nacionales del siglo XX -el yrigoyenismo y el peronismo– para combatirlo y derrotarlo, como lo había previsto el mismo Gral. San Martín, a fin de lograr nuestra liberación definitiva.
Libres o encadenados
A lo largo de 200 años, en toda nuestra historia, se trató siempre de dos proyectos de país incompatibles entre sí, como lo marcaría concluyentemente Juan Bautista Alberdi: “Como la alianza es leonina y devorante de una parte hacia la otra, su rescisión se impone por la fuerza de la necesidad que tiene el oprimido, de desencadenarse para respirar y vivir”. Y, si se trata de “dos países” (como lo sabían San Martín, Quiroga, Andrade, Alberdi y nuestros grandes estadistas y pensadores nacionales del siglo XX), es decir de dos proyectos de país opuestos e incompatibles -o como lo hemos dicho muchas veces: de un proyecto de Nación (Patria) por un lado, yde No Nación(Colonia) por el otro- la solución sigue estando muy clara: o nos deshacemos de las cadenas o perecemos. ¿Cómo hacerlo?
¿Tal vez esa sea la pregunta para comenzar a desandar el camino que nos llevó a una derrota nacional y no solo la de un partido o de un movimiento que llegó a ser mayoritario y revolucionario. Porque, en verdad, lo que ha sido derrotado política, cultural e ideológicamente, más allá de la expresión actual de un movimiento nacional en aguda crisis, es ese país libre, justo y soberano por el que luchamos más de 200 años y que deberemos prepararnos para recuperar antes de perderlo. Si este modelo de país que nos rige ahora… si esta política… si esta visión de país actual llegare a consolidarse, no solo habremos perdido la última elección a través del tramposo método francés de la suma de minorías que supieron imponernos, sino a la propia Argentina.