La dictadura del proletariado de Nicaragua le quitó la ciudadanía

Sergio Ramírez: “Si el gobierno argentino respondiera al pedido de nacionalidades para los nicaragüenses, me hago argentino”.
El Premio cervantes 2017, exiliado en Madrid, es una de los 94 personas a las que Daniel Ortega le quitó su ciudadanía. Desde el país que lo recibió, analiza los últimas decisiones del régimen de Nicaragua y el papel de los principales líderes del mundo en esta crisis. La dictadura (del proletariado, según el FLN de Daniel Ortega) le ha quitado la ciudadanía a decenas de opositores politicos, luego de expulsarlos compulsivamente a los Estados Unidos. NdR

Por Hector Pavón*

Un “despatriado” a eso ha sido condenado el escritor nicaragüense Sergio Ramírez al igual que otros 92 compatriotas –presos políticos– que fueron sacados de las cárceles y llevados a Estados Unidos. Ramírez vive en Madrid, obtuvo el premio Cervantes de Literatura 2017, formó parte de la oposición a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle y en 1977 encabezó el Grupo de los Doce, formado por intelectuales, empresarios, sacerdotes y dirigentes que apoyaron al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Entre 1984 y 1990 fue vicepresidente y compañero de fórmula de Daniel Ortega. Hoy no pueden estar más en las antípodas. Desde su hogar obligado, ya muy lejos del barrio Los Robles en Managua, el autor de Tongolele no sabía bailar, ex jurado del Premio Clarín Novela, cuenta cómo el orteguismo ha corrido el límite del asombro al quitarle la ciudadanía a 94 nicaragüenses, entre ellos a la escritora Gioconda Belli. “Era de madrugada y me teléfono no dejaba de recibir mensajes de todo tipo… No podía dormir”. Comenzaba así otra agresión más del gobierno de los Ortega.

El jueves, Ramírez publicó en su cuenta de Twitter que Nicaragua es “es lo que soy y todo lo que tengo”. “Nunca voy a dejar de ser, ni dejar de tener, mi memoria y mis recuerdos, mi lengua y mi escritura, mi lucha por su libertad por la que he empeñado mi palabra”, concluyó.

–Ya estabas exiliado, pero esta medida se asemeja más a una especie de destierro, como escritor como intelectual como político y también como ciudadano.

–De repente tienes la sensación de que la piedra sigue rodando. Primero me llamaron de la fiscalía cuando acusaron a Cristiana Chamorro del falso delito de lavado de dinero, como presidenta de la fundación que lleva el nombre de su madre, Violeta Chamorro. Yo salí del país, vino la prohibición de la circulación de mi novela Tongolele no sabía bailar. Estaba acusado de “menoscabo de la soberanía nacional” y tenía una orden de detención. Me quedé en el exilio, y ahora llega la despatriación, deciden quitarme la condición de nicaragüense, no sé si ya la piedra deja de rodar con esto de querer quitarme el país.

–Escribiste en Twitter y se reprodujo en todo el mundo “Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo”, como para contrarrestar un poco esta intención de querer sacarte a Nicaragua de tu cuerpo.

–Se trata de una medida absurda. Desde el punto de vista de la legalidad, de acuerdo con la Constitución, la pena de despatriación no existe. No le pueden quitar la nacionalidad a alguien que nació en el país, eso dice la Constitución, eso dice la Comisión Interamericana de derechos humanos. Obviamente una Corte Internacional nos daría la razón a todos los despatriados. Y en segundo lugar, en términos morales éticos, cómo te pueden quitar de un país donde naciste: ¡que estúpido! Esto ya es una infamia, algo de la peor imaginación.

–¿Por qué crees que llegó a tomar esta medida Ortega, después de tantas otras contra todo aquel que no piense como él?

–Creo que la medida de de sacar del país, meter en un avión y enviar a los EE.UU. a estos prisioneros después de tratarlos de traidores, ratas, que se iban a pudrir en la cárcel por traición a la patria, terroristas es algo que a la militancia muy radical de las viejas filas del sandinismo les debe haber parecido muy raro, muy extraño. Hace algún tiempo, los presidentes Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador (de México) le pidieron lo mismo a Ortega: que se estableciera un protocolo de liberación de los presos como un primer entendimiento, camino a la democracia. Ortega reaccionó con furia, descalificando a Fernández y calificándolo peor a Obrador, que se supone, son sus aliados. Y cuando el expresidente peruano Gustavo Petra asumió le volvió a pedir lo mismo, lo rechazó de raíz. Y de repente aparece entregando a los prisioneros de manera individual, de manera unilateral a EE.UU., que es el peor enemigo, de acuerdo con su retórica de violencia y confrontación. No puede dar nada a cambio sino un discurso radical. Les quita la ciudadanía a los presos: yo los mando, pero van expatriados. En el fondo, lo veo como un acto de gran debilidad, un acto defensivo.

–¿Cómo reaccionaron los líderes latinoamericanos con esta última medida de Ortega?

–La única reacción clara, contundente que yo he visto es la del presidente de Chile, Gabriel Boric. La canciller Antonia Urrejola se ha pronunciado de manera clara hablando de toda esta violencia contra los derechos humanos, de quitarle el país a alguien, como algo intolerable desde cualquier punto de vista. Del gobierno argentino no he leído ninguna declaración a menos que yo la ignore. El gobierno de México ha dado una declaración un poco general sobre el respeto a los derechos humanos, el de Colombia también. El gobierno de España se expresó claramente, su respuesta ha sido “si les quitan la patria, les damos la ciudadanía española”.

–En Argentina hubo una declaración de un grupo de intelectuales y dirigentes políticos pidiendo que el gobierno argentino, al menos, les ofrezca la nacionalidad.

–Esa declaración todavía no tiene respuesta. Si el gobierno argentino respondiera me hago argentino.

–¿En quién se apoya a Ortega para poder gobernar? ¿Quiénes son los ganadores de ese modelo en Nicaragua?

Ortega con un oficial de la policia de su país.

-En el ejército. La cúpula del ejército está congelada desde hace diez años. No ha habido relevo en el Estado Mayor, los altos mandos, la policía. Esos son sus soportes más importantes. Ortega llegó a tener en su primer mandato el apoyo de la Iglesia Católica del cardenal Miguel Obando y Bravo, la cúpula la empresa privada y ese respaldo se perdió. Ahora hay un obispo en el exilio, otro en la cárcel condenado a 27 años de cárcel. En el avión a Washington iban siete curas.

–Cuando comenzó la invasión rusa en Ucrania Ortega coqueteaba con Putin. ¿Cómo está esa relación hoy?

–Es una relación muy íntima pero muy distante. Se sabe que Rusia tiene un aparato de inteligencia en Nicaragua, hay estaciones de rastreos satelitales, se habla de que hay un equipo de rastreo de comunicaciones intercelulares con aparatos especializados, pero un apoyo económico de Rusia no existe. A pesar de que tiene intereses políticos, y Nicaragua es un buen punto de apoyo político, Rusia no tiene tiempo ahorita de dedicarse a cultivar apoyos extracontinentales.

–Evidentemente hubo alguna comunicación con Estados Unidos para enviar el avión con los “despatriados, ¿no?

-Tanto Ortega, como Washington y el Departamento de Estado lo han negado. Y ambos coinciden que se trató de una decisión unilateral. No parece que haya ningún acuerdo detrás de dar algo a cambio. Me parece que hay una concesión a los Estados Unidos pensando que el único que le puede garantizar algún tipo de respuesta, alguna vez en el futuro, es EE.UU. Por eso no escogió a Argentina, ni a México, ni a Colombia. Si la relación con Rusia es íntima y distante, con EE.UU. es hostil pero cercana, porque en términos económicos todo el comercio internacional de Nicaragua depende de los EE.UU.: lo que Nicaragua produce va a parar casi en un 80 por ciento al mercado de EE.UU. Los préstamos que Nicaragua recibe vienen del FMI. Nicaragua está totalmente en la órbita de EE.UU. Si tú revisas un mapa económico de América Latina, casi toda la región tiene relaciones comerciales con China. Hoy Nicaragua sigue comerciando más con EE.UU. y el comercio con China es absolutamente marginal. Entonces, esto explica mucho el cuidado que Ortega tiene de poner sus esperanzas en que su estabilidad futura depende de la relación con EE.UU.

–Un tema de gran discusión global es la crisis de la democracia. ¿Vos incluirías a Nicaragua en esta crisis o pensás que se trata de un problema mayor que una crisis coyuntural?

–La crisis se basa en que hay un riesgo de que la democracia se convierta en un sistema autoritario y ese riesgo está sostenido por la posibilidad de que no haya elecciones justas. Vamos a ver el caso de Brasil. Si fuera por lo que Bolsonaro quería, pues él se hubiera quedado ahí y siendo cada vez más autoritario, pero el sistema no se lo permitió. El sistema revirtió hacia la alternancia democrática. La democracia en crisis es Perú, fragmentado por la polarización, pero Nicaragua no es una democracia en crisis, es un régimen autoritario, que ha renunciado a la alternancia electoral. Hay alternancia electoral en Argentina, no son gobiernos democráticos como todo el mundo quisiera, pero en Argentina existe la posibilidad de la alternancia y hasta cierto punto, hay una seguridad de que el voto decide quién gobierna. Eso no ocurre ni en Nicaragua ni en Venezuela ni en Cuba. Y así nos vamos al extremo de países que si quedan. En Nicaragua debería haber un cambio muy profundo para que se vuelva a hablar de una lucha por el restablecimiento de la democracia o una democracia restablecida que necesita fortalecerse.

–Después de esta medida que tomó el gobierno, ¿qué margen les queda para el asombro?

-Después de que me intentan quitar la ciudadanía, qué más puede haber… Pero el poder tiene más imaginación que yo por lo visto. .

–¿Podés escribir en estos días?

-Yo no tengo cabeza para escribir, pero he terminado el borrador de una novela, escribo religiosamente todas las mañanas del mundo mientras estoy sentado en algún lugar. De mi vida de escritor salto a la política cuando la necesidad me llama. También mi imaginación me da para pensar que la democracia de Nicaragua necesita mucha imaginación. Estoy seguro de que en Nicaragua vamos a vivir un día en plena democracia bien.

–¿Extrañás algo en particular de tu país?

–La distancia te despierta la nostalgia. Y es muy útil para la literatura, eso tiene el exilio, en términos nostálgicos, el recordar. Pero esta distancia prolongada de tu país, te aleja de la fuente de tu escritura porque uno tiene una fuente con la que nace, que es la del país propio y en la medida que te alejas vas perdiendo los perfiles de esa realidad. El lenguaje de todos los días cambia y de repente te arriesgas a estar pensando en el lenguaje de ayer. Eso no deja llenarme de terror.

*Licenciado en Ciencias de la Comunucación, editor general adjunto de la revista cultural Ñ.

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