Una mirada nacional sobre el federalismo. Por Elio Noé Salcedo
Estado Federal y provincias
Hace apenas unos días, a raíz del conflicto entre el Estado Federal y las provincias, y específicamente entre el Gobierno Central y la provincia de Chubut, el Prof. en Ciencias Políticas de la UNSJ, Prof. Oscar Pedro Rivero, manifestaba textualmente en su cuenta de Facebook lo siguiente: “Aclaremos para no confundir. Las provincias son anteriores al Estado Federal, no de la Nación. Fue el espíritu nacional lo que impulsó a que las provincias conformaran un Estado común”. Acordamos plenamente con ese concepto, que nos permite entender claramente lo que nos pasa no desde hace dos meses sino desde el inicio de nuestra historia nacional, bastante más atrás de 1810 o del logro de las autonomías provinciales en la década del 20.
Ciertamente, solo una profunda visión nacional -que exige pensar en grande también- nos permitirá entrever que este problema se hunde en las raíces nacionales indo-hispano-americanas de nuestra existencia, a la vez que nos permitirá entender que el Estado Federal fue la opción nacional defensiva ante la disgregación de nuestra Patria Grande después de la Independencia de América, concebida por nuestros Libertadores como una “Unión”, una “Federación” o una “Confederación de Estados”.
La aparición del federalismo provinciano después de aquella gran disgregación y conformación de más de veinte “naciones”, fue una reacción frente al intento de convertir a nuestra Patria Chica en un satélite de “Buenos Aires” (sede del poder oligárquico y enemigo de la unidad e identidad americana), socio a su vez del imperio extranjero emergente: el Imperio Británico.
A un lado y otro de una auténtica posición nacional al respecto, existen a nuestro entender dos alternativas aún vigentes: la defensa del unitarismo oligárquico (la dictadura de los intereses anti nacionales sobre la Nación y por lo tanto también sobre las provincias que la integran), y el “provincialismo”, indiferente y separado de todo lo nacional y latinoamericano (tal como se conformó en el siglo XX y siglo XXI), que le es funcional a la opción oligárquica.
Una verdadera tercera posición antes esas dos alternativas es la defensa estricta de lo nacional, que incluye a todos los argentinos y argentinas (y por lo tanto a todas las provincias y provincianos que son parte constitutiva de la Nación sin separaciones ni discriminaciones de ninguna clase), aunque también a todos los latinoamericanos y latinoamericanas, unos y otros condenados en conjunto al infortunio, y marginados del desarrollo nacional y continental, justamente por las políticas antinacionales que nos relegaron al atraso provinciano y al subdesarrollo nacional, y pretenden sellar hoy, en esa misma dirección anti nacional, nuestro destino. La defensa excluyente de los intereses específicos de cada provincia, como la inexistencia de un Estado Nacional o su debilidad extrema, llevan, en uno u otro caso, a la disolución nacional.
Visión nacional y creación del Estado Federal
La existencia de un Estado Nacional Federal fue por lo que luchó el federalismo provinciano nacional del siglo XIX hasta 1880, cuando la generación nacional y provinciana del ’80 federalizó Buenos Aires, creó el Estado Nacional argentino moderno y logró la unidad nacional a través de una misma jurisdicción, la integración de todo el territorio nacional (sin cuya integración y políticas nacionales no existirían hoy las provincias patagónicas), una misma moneda, un mismo Ejército, una misma educación, etc. Con esos logros, el federalismo del siglo XIX vio cumplidos sus propósitos. Por eso, ya en el siglo XX, le tocaría el turno a los movimientos nacionales en la inmensa tarea de construcción y realización de la Nación, ya con todas las partes de nuestra Patria Chica (la Argentina) integradas.
“Así como la autonomía regional está en la base de la idea federal -sostenía Alfredo Terzaga, pensador e historiador nacional de Córdoba- también la unidad nacional justifica y da su sentido a la misma idea, pues sin unidad nacional no hay para qué federarse”, relacionadas ambas estrategias con la necesidad de defenderse de un “enemigo común” tanto externo como interno respecto a los intereses, requerimientos y objetivos nacionales del conjunto. Es la historia de creación de los Estados Nacionales y las Naciones. Nosotros -al contrario de Estados Unidos de Norteamérica -ya que nos gusta tanto mirarnos en su espejo-, fuimos Patria Chica porque fracasamos en el intento de ser Patria Grande junto a los demás Estados de nuestra América.
No obstante, “fracasados los planes de los Libertadores para construir una sola nación o una Confederación Nacional -reflexionaba Terzaga-, la idea federal y regional a través de los caudillos, continuó siendo, durante largas décadas, el único obstáculo para la penetración de los imperialismos (y de la consolidación del proyecto oligárquico anti nacional interno) en el cuerpo desarticulado de la herencia española”.
Al fin y al cabo, deducía el pensador nacional de Córdoba, “la relación que existe entre una etapa y otra, es la misma que hay, en la guerra o en la lucha por la personalidad cultural, cuando un ejército o un pueblo pasan de la ofensiva a la defensiva”. No obstante, se trataba del mismo pueblo y de la misma Nación -ahora -dividida, desarticulada, disgregada-, aunque en dos etapas distintas y sucesivas de su historia.
En definitiva, completa Terzaga, “el fracaso bolivariano (sanmartiniano, artiguista y/u o’higginiano que todavía hoy padecemos), solo estuvo consumado cuando la influencia exterior, aliada con los comerciantes y con los terratenientes de las zonas portuarias, barrió con cada uno de los Libertadores y unionistas, primero, y luego con los últimos caudillos, en cuya derrota se simbolizaba también el aplastamiento de toda posibilidad de desarrollo autónomo nacional”.
No hubiera habido provincias si no hubiera existido la cuna nacional donde nacieron: las provincias unidas del Río de la Plata nacieron de su cuna virreinal (y los virreinatos formaban parte de un mismo reino o Nación), como las provincias patagónicas nacieron de la integración efectiva de la Patagonia al territorio nacional por decisión del Estado Nacional en ciernes. Tampoco podría seguir habiendo Nación sin las provincias integradas a un mismo tronco nacional. Porque no puede existir el todo sin sus partes, y la falta de una de sus partes conspira contra la consistencia del todo. Lo mismo sucede a nivel de nuestra Patria Grande, etapa original y/o raigal de nuestra existencia nacional. Si bien el todo es superior a la suma de sus partes: eso vale para la Argentina y para toda América Latina.
“Ha sido costumbre de la historia oficial de nuestros países -señala Terzaga-, el enfrentar esas dos etapas como perfectamente antagónicas (o en su defecto, desconectada una de otra) y el hacer de los caudillos regionales, en todo sentido, el reverso de los Libertadores, con el fácil argumento de que la tarea de éstos fue la emancipación, mientras que la de aquellos estuvo limitada a la guerra civil“, de puros bárbaros que eran. Esta es la versión que ha recogido la historia y la cultura oficial antinacional dominante de la Patria Chica (ahora hay quienes quieren hacerla desaparecer como tal o convertirla en una estrella del imperio del Norte y sus aliados anglosajones), impidiéndonos sostener una identidad y una conciencia nacional sólida, fundada en nuestras raíces latinoamericanas.
Esta versión, coincidimos con Terzaga, “no resiste, sin embargo, la prueba de los hechos, puesto que, si bien se ve, la cerril actitud de los caudillos locales tuvo por efecto preservar la independencia conseguida por las grandes espadas, y defender la existencia de los núcleos de población interiores, de las potencias (intereses foráneos anti nacionales) que habían sucedido al poder español en el dominio de los mares. Pero esta tarea no se limitó a lo puramente defensivo, como lo prueba el hecho de que los caudillos federales, en todo tiempo, tendieron irresistiblemente a la integración de sus regiones en un todo nacional…”. Desde el primero al último caudillo provinciano lucharon denodadamente por la “organización nacional”, la nacionalización de las rentas del Puerto de Buenos Aires, una Constitución Federal (con el consiguiente boicot de la oligarquía portuaria) y la unidad y la integración nacional bajo un mismo Estado Nacional hasta lograrlo en 1880 contra los intereses portuarios que querían impedirlo.
En ese sentido, “todas las tendencias de integración nacional, representadas por los caudillos federales, llevaban naturalmente a plantear este problema de la posesión del puerto” (Nacionalización del Puerto y federalización de Buenos Aires) y conseguir de esa manera la llave del Poder Nacional (que un federalismo cerrado o centrado en sí mismo, corre el peligro de subestimar u omitir). “Resolverlo -concluía Terzaga- significaba coronar la obra de fusión y de constitución del país como Nación”.
La pérdida del Estado Nacional o su debilidad, complementada con la autonomización de la ciudad de Buenos Aires, que libera otra vez las fuerzas anti nacionales que tienen en esa ciudad su sede (banca, negocios financieros, intermediación, oficinas de embajadas extranjeras y empresas concentradas internacionales, medios hegemónicos, etc.) y el gobierno y el poder real en manos de los enemigos de la Nación, es un retroceso muy grande que no puede ser beneficioso para la mayoría de los argentinos y argentinas, residan donde residan.
Centralismo no es un antónimo de federalismo siempre y cuando el Estado Nacional esté en manos nacionales. Es más, resulta necesario un Estado fuerte y cohesionado para contrarrestar -en un mundo altamente competitivo y convulsivo- las grandes fuerzas que se oponen a la Nación a nivel político, económico, cultural e incluso social. Hacia adentro para consolidar la Nación y hacia afuera para defenderla, el Estado Nacional resulta imprescindible. Por eso quieren destruirlo.
El Estado Nacional, como bien dice el papa Francisco resulta hoy absolutamente necesario para lograr la Justicia Social, aunque, sin lugar a dudas también, resulta decididamente imprescindible, como lo fue en la etapa más intensa de industrialización y desarrollo nacional de la Argentina (1943 – 1955) como protector y motor a la vez de todas las fuerzas productivas y creativas del conjunto de la Nación. Por eso hay que defenderlo como condición incuestionable e irrenunciable de nuestra Soberanía Nacional integral.
Historia y actualización del federalismo argentino
Según Ricardo Zorraquín Becú, “el origen del federalismo no reside en el espíritu localista, sino en el antagonismo regional, que tanto en lo político como en lo económico opone unas zonas a otras, separando sus intereses y diversificando sus sentimientos”. Y, “como no fue posible sino transitoriamente la unificación de los grupos antagónicos para que cada uno representara una tendencia, predominó la división administrativa impuesta por el localismo, apareciendo los federales empeñados en defender la autonomía municipal…” (“El federalismo argentino”, 1953).
En realidad, la documentación sacada a la luz por los historiadores más imparciales, como Varela, Ravignani y Celesia -señala Roberto A. Ferrero-, revela que no es sino“una afirmación sin fundamento fáctico alguno”la acusación de que los jefes provincianos, debido a esos pretendidos “antagonismos regionales” y “localismos” de los que habla Zorraquín Becú, terminaron siendo “promotores de la “anarquía” (contrarios a toda organización nacional) y que el deseo de cada uno de ellos era erigirse en señor y amo de una provincia independiente y soberana”; o sea, toda esa diatriba que difunde la historiografía oficial sobre los caudillos federales del siglo XIX.
Esta visión negativa del federalismo histórico, confirma que la Historia Argentina -como bien dice el Prof. Alejandro Franchini en la introducción a su “Historia de Córdoba” (1810 – 1880)-, “ha sido desarrollada, en general, desde una visión “porteño-céntrica”, razón por lo cual, “las realidades provinciales juegan un papel totalmente aleatorio” o tienen un origen negativo, sesgado y sectario, como sucede a los ojos de la historiografía portuaria.
Es curioso, pero el autor de “El federalismo argentino”, menciona dos causas negativas y retrógradas como origen del federalismo provinciano: el antagonismo regional y el localismo. Esa concepción portuaria y mitrista de la Historia, oculta, tergiversa o falsea la causa eficiente del federalismo argentino -su lucha contra el poder autoritario, excluyente y arrasador de “Buenos Aires”-, como así también esconde las causales y/o causantes de la disgregación de toda Nuestra América: los intereses económicos y sociales cerrados de las oligarquías comarcanas o regionales portuarias y metropolitanas, asociadas a los negocios con el extranjero, que erigieron más de veinte “naciones” o “repúblicas independientes” donde había una sola entidad macro nacional: la Patria Grande o continente-nación indo-ibero-americano.
No era el federalismo del Interior el que buscaba separarse de la Nación, sino los unitarios extranjerizantes -antecesores de los que hoy quieren imponer su centralismo excluyente y anti nacional a las provincias para disgregar el país- los que impedían la “organización nacional”, boicoteaban los Congresos federales llamados para organizar la República (convocados en distintos momentos por Güemes, Artigas, Bustos, López, Quiroga, Ferré) y postergaban sine die la consecución de una Constitución Nacional que rigiera los destinos del país.
Del federalismoal proyecto de Nación
No desconocemos las contradicciones secundarias e internas del federalismo histórico argentino, pero fueron los intentos y acciones de Buenos Aires para avasallar a las provincias del Interior en el siglo XIX y dejarlas abandonadas a su arbitrio, la causa eficiente de la aparición y desarrollo del federalismo argentino hasta 1880. Si el federalismo cambió totalmente su carácter y sentido nacional a partir de 1880 (cuando vio cumplidos sus propósitos históricos), ya con otros actores y sectores que lo representaban, por su parte, el unitarismo y liberalismo antinacional (incluso disfrazado de “federal”) conservó “ese afán inmoderado por traducir en normas legislativas implacables (como hoy la “Ley ómnibus”, por ejemplo), las doctrinas del iluminismo liberal” anti nacional, anti provinciano y anti popular.
En el siglo XX y XXI, ese federalismo localista y cerrado, generalmente indiferente a lo nacional -y no contra lo antinacional como en el siglo XIX-, es una construcción tan “falsa”, como lo son los “nacionalismos” argentino, uruguayo, chileno, paraguayo, boliviano o peruano sin un ideario nacional común. A propósito, decía el Dr. Horacio Videla, autor de una monumental Historia de San Juan, ese nacionalismo “no tiene fundamentos ciertos dentro de los límites de cada país… si es que olvida la matriz hispanoamericana común de nuestros pueblos”. En efecto, antes de ser argentinos -decíamos en “Recuerdos de una provincia ignorante y atrasada” (1979)- “fuimos hispanoamericanos, hijos de una Patria Grande común que heredamos al borde de su disgregación”. No hay federalismo que no sea a la vez nacional ni nacionalismo que no sea a la vez latinoamericano.
Hay una relación estrecha y muchos vasos comunicantes entre la frustrada cuestión nacional latinoamericana y la posterior “cuestión federal” en el siglo XIX: son los mismos intereses nacionales y reales los que se manifiestan con la creación de las primeras ciudades (convertidas luego en cabeceras de provincias, cuna, sí, del federalismo). En efecto, las fundaciones de Mendoza, San Juan y San Luis, por caso -acordamos con el historiador Videla-, “fue parte de un plan de los conquistadores españoles de Chile tendiente a unificar en una misma soberanía las tierras comprendidas entre el Mar del Norte y el Mar del Sur (Pacífico y Atlántico)”, y “lograr la siempre acariciada idea de comunicarse con la metrópoli por la costa atlántica preservando aquellos dominios”. “En la América recién descubierta -sostiene el historiador sanjuanino-, Cuyo sumido aun en su letargo indiano, nacía hermanado bajo un mismo cetro a remotas comarcas de nutrida historia y abolengo”, partes todas de una misma Nación o Reino.
De haber conservado ese “poder centralizador” al independizarnos de España -repetíamos y reafirmábamos con el historiador Videla al confirmar nuestras raíces nacionales comunes-, habríamos podido “echar las bases de una nación, hija de la madre patria en América, con buen cimiento colonial común de historia, sangre, lengua y religión a lo ancho del continente y desde el corazón del trópico hasta los armiños del polo sur”. Por eso, no podríamos hacer apología de un “federalismo” ni de un “nacionalismo” aislante, separatista ni localista, que no se corresponde con la realidad histórica ni responde íntegra e integralmente a los intereses y necesidades nacionales pasados, actuales y futuros.
Pues bien, sin que dejen de tener importancia los antagonismos regionales y el localismo (que Zorraquín Becú señala como las raíces provinciales), no es ese el origen del federalismo argentino. Por el contrario, hay una identidad nacional tanto en Artigas, como en López, Bustos, Quiroga, Heredia, Ibarra, Ferré, que trasciende la geografía local y los intereses regionales de los propios caudillos provincianos. Tal es esa “trascendencia”, que el federalismo del Interior defenderá la Independencia de España y Portugal, sin renunciar a la Unidad Americana, al mismo tiempo que defiende la igualdad política y la democracia económica, mientras se organiza la República. De hecho, los caudillos federales eran todos veteranos de la Guerra de la Independencia e incluso varios de ellos ya habían actuado contra los invasores ingleses en Buenos Aires en 1806 y 1807: como Güemes, Bustos, Ramírez y el Batallón de Arribeños, milicianos de las provincias de “arriba”.
Asimismo, en la siguiente etapa, el federalismo provinciano nacional sería el principal protagonista en el reclamo permanente de “Organización Nacional” y de una “Constitución Federal”, lucha llevada a cabo desde Artigas, pasando por López, Bustos y Quiroga, hasta Urquiza, con el concurso de todo el federalismo provinciano de su época.
Como escribiera ese gran sociólogo nacional que fue Blas Manuel Alberti, “de acuerdo con la experiencia de la Argentina y de Latinoamérica, el Caudillismo (el federalismo provinciano nacional del siglo XIX) es una forma corriente de la Democracia, que al fin de cuentas no quiere decir otra cosa que: gobierno de las mayorías”. Mal podría circunscribirse ese federalismo de ayer, y tampoco el de hoy, solo a una provincia o región y a la defensa de intereses provinciales o regionales solamente, sino necesariamente a las mayorías nacionales (de las que los habitantes de las provincias son parte esencial) y a la defensa de la Nación en su totalidad e integralidad, sin lo cual no hay provincia que se salve. Sin duda, “los caudillos encarnaban -dice Ferrero-, tanto política e institucionalmente -en su conjunto y en sus respectivas épocas y circunstancias-, una alternativa más humana, civilizada e históricamente más progresiva que la del capitalismo agrario liberal y dependiente de unitarios y mitristas”, al que hoy nos quiere hacer retroceder el anarco-capitalismo que nos gobierna.
No es la vuelta a un pasado irrepetible ni la destrucción o desguace de un Estado Nacional que nos representa a todos, la que debe convocarnos, sino un proyecto nacional que nos incluya a todos y compatibilice los diversos intereses y recursos de cada provincia, de cada sector y de cada quehacer de la Patria (institucional, productivo, tecnológico, científico, artístico, etc.) …
Un proyecto nacional que atienda las distintas necesidades (industrialización, obra pública, trabajo, ocupación, salarios dignos, salud, cultura, educación, seguridad social y personal, justicia verdadera, etc.) de cada lugar y rincón de nuestro suelo, más allá del alcance de sus propios recursos y particulares posibilidades…
Que brinde a todas las provincias las oportunidades que merecen por ser provincias argentinas…
Que invierta en cada argentino según las prioridades de ese proyecto nacional que representa a todos…
Que contrarreste el antagonismo regional natural o inducido y propugne la Unidad de América Latina, nuestra primera y grande patria…
Que promueva la felicidad de todo el pueblo argentino y latinoamericano y la grandeza tanto de nuestra Patria Chica como de nuestra Patria Grande, cuyas partes no pueden estar separadas en ningún caso, so pena de seguirla desangrando y de terminar de quitarle la vida que nos mantiene vivos a todos sus miembros, vivamos en el lugar de la patria que vivamos.